
Se sienta
en el más estricto de los silencios,
voltea
y luego me mira a los ojos,
quizá esperando una explicación,
una palabra de aliento,
una excusa,
algo más
que este agreste claroscuro
de mutismos y miradas.
Me mira y noto sus lágrimas,
el adiós latente en sus labios
y el frío carnívoro
de la sangre en sus venas,
y sin embargo,
no puedo pronunciar palabra,
quizá porque en el fondo
tengo la terrible seguridad
de que no servirán de nada,
este es un adiós sin retorno.
La veo desde mi silla
y siento el olor del invierno
que es el olor del silencio
y de las malvas muertas,
de la soledad enquistada,
de los muros,
y llega a mí la oscura certeza
de que esta historia
ya se ha ahogado
en sus turbias y frías aguas.